Marcos Rodríguez
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Hijo del italiano Ernesto Merlo y de la argentina Martina Mozotegui, Merlo nació en Cañuelas el 23 de diciembre de 1886. El censo de 1895 lo ubica a los ocho años junto a sus padres en Olavarría, ciudad que adoptara como propia y de la que le gustaba llamarse hijo. Aunque radicado en Buenos Aires, donde desarrollará su carrera profesional, Merlo mantuvo siempre vivo el vínculo con nuestra ciudad. Los años de alejamiento, la jerarquía profesional y la intensa tarea que como médico y catedrático desarrolló no melló el apego por Olavarría, a la que frecuentaba en sus escasas fechas de descanso. Era aquí donde Merlo, vestido con sencillas bombachas y de boina vasca, solía recorrer a caballo los alrededores de su chacra donde demostraba sus destrezas de gran jinete.
Fue hombre de ciencia en el amplio sentido de la palabra, se dedicó infatigablemente a la investigación y tuvo una profunda vacación en la tarea educativa. A Merlo la política y el dinero lo tuvieron sin cuidado, no fueron su fuerte y tampoco su debilidad. Tampoco lo asediaron preocupaciones de clases o de estatus. El enfermo constituyó su interés y preocupación sin reparar en las circunstancias que no fueran aquellas vinculadas a la salud del que acudía a su consulta. Ernesto Merlo fue durante quince años profesor titular de semiología y clínica propedéutica de la Universidad de Buenos Aires. Despertó admiración, con el correr de los años, por la profundidad y extensión de sus conocimientos, no advirtiendo, por su carácter modesto, los relieves que iba adquiriendo su figura de gran médico y maestro. Como profesor, Merlo desarrolló sus actividades en varias casas de altos estudios, destacándose la Universidad de Buenos Aires, pero también impartió cursos en la Universidad de Cuyo, la Universidad de Córdoba y la Universidad del Litoral, de la que fue profesor honorario. Sus áreas de especialidad e interés fueron la semiología médica, la fisiología y la clínica médica. Fue médico interno del Instituto Modelo de Clínica Médica; en 1922 pasó a jefe de clínica a cargo de una sala en el mismo instituto, para desempeñarse más tarde como jefe de clínica y de trabajos prácticos en la cátedra de clínica médica. En 1925 ejerció la presidencia de la Sociedad de Medicina Interna de Buenos Aires. Y desde 1934, como se mencionó, fue profesor titular de semiología y clínica propedéutica de la Universidad de Buenos Aires.
Hay un hecho de relevancia científica mundial que tiene a Merlo entre sus principales protagonistas. El 9 de noviembre de 1914 tuvo lugar la primera transfusión con sangre citratada realizada con éxito en el hombre. El enfermo padecía tuberculosis pulmonar y la operación se realizó en la sala Fernández del Instituto Modelo de Clínica Médica (antecesor del actual Hospital de Clínicas), en Buenos Aires. Los aspectos técnicos del procedimiento fueron manejados por el Dr. Ernesto Víctor Merlo con la sangre extraída a Ramón Mosquera, el portero del Instituto. El concienzudo accionar de Merlo, entonces médico interno del Instituto, fue seguido atentamente por el doctor Agote, así como por el decano de la Facultad de Medicina, el rector de la Universidad, el director de la Asistencia Pública, el intendente municipal y otros académicos, profesores y médicos.
Los diarios anunciaron al día siguiente la noticia al mundo entero destacando el éxito del procedimiento en términos científicos. Hasta los más ignotos presintieron que la humanidad había logrado otra de sus conquistas. En la memoria gráfica de aquel acontecimiento destaca la figura de un joven médico, entre tantas eminencias. El doctor Merlo fue el brazo ejecutor del sistema ideado por Agote. Su descubrimiento tuvo un rol fundamental en la Primera y Segunda Guerra Mundial y, desde entonces, la medicina transfusional y sus numerosas aplicaciones continúan salvando vidas
Dado su afán por la enseñanza, Merlo no quería salir de su sala 9 del Hospital de Clínicas y de su anfiteatro donde daba sus clases. Invitado en varias oportunidades para actuar en otros ambientes, solía diferir el compromiso. Finalmente, el requerimiento de amigos y su afecto por Mendoza, lo llevó a dar sus últimas lecciones en la Universidad de Cuyo. Sabiéndose cerca del final no abandonó su labor y cayó a los dos días de dar su última y brillante conferencia.
Algo más de un año más tarde, el 21 de junio de 1951, Olavarría rendía homenaje a la figura descollante de Merlo bautizando con su nombre a la prolongación de la calle Almirante Brown en el sector del barrio Mariano Moreno. La ciudad plasmaba así en el entramado de sus calles un tributo a un hombre que se llamaba así mismo con orgullo, “hijo de Olavarría”. La nueva nomenclatura callejera que la ciudad se dio en noviembre de 1958 perpetuará por los tiempos el nombre de Ernesto Víctor Merlo al darle su actual ubicación en la geografía urbana olavarriense.
¡Muy buena historia! El Dr. Merlo merecía que se conozca su ejemplar vida profesional.
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